Me lo habían dicho,
-Fulanito está desquiciado.
Así que cuando el otro día, de
mañana, mientras daba un paseo lo vi a la puerta de su casa lavando los
tapacubos de un coche que no era el suyo pensé que efectivamente algo fuera de
lo común estaba atribulando a este hombre ilustre. Doblemente atribulado.
Primero al preocuparse por la suciedad de los tapacubos de un coche y después
porque no era su coche. Me acerqué.
-Buenos días, Fulanito.
Me miró y me saludó distraído.
Mantenemos una relación no muy cercana pero cordial. No es raro vernos por el
pueblo pegando la hebra. Casi siempre hablando de política y desastres, que son
dos sucesos que el hombre español suele
protagonizar, hilvanados, con cierta asiduidad.
Después de saludarme siguió con
su actividad. Entregado y con intensidad.
-No sabía que te habías comprado
un coche.
Como si oyera llover.
-Y de segunda mano- añadí.
Levantó la cabeza, me miró y
después miró el coche. Se espantó y volvió la mirada hacia otro coche que
resultó ser el suyo.
-¡Me cago en mi estampa!- soltó
como si fuera un tubo de escape recién desatorado. Tiró la esponja contra el
barreño y le dio a éste una patada que lo hizo salir volando y estrellarse
contra el parabrisas de su propio coche. Con tan mala suerte que debió dar en
ese punto neurálgico que tienen estos cristales y que ocasiona que sólo con
posarse un mosquito, si el mosquito acierta, se resquebraje en mil pedazos.
Allí se quedó el cubo, incrustado en un caleidoscopio de cristalitos grisáceos.
-¡Hostia!- exclamó Fulanito.
Me quedé tan sorprendido que
sólo acerté a preguntarle,
-¿De quién es el coche?
No me contestó pero lanzó una
mirada hacia una casa cercana en la que vimos, al mirar, como precipitadamente
se corría un visillo. Alguien debía haber estado flipando un buen rato.
¿Qué decir en estas situaciones?
Lo miraba. Lo vi literalmente
abatido. Parecía una palmera marchita o un sauce llorón. Un hombre desolado.
-Me siento estafado- dijo al
fin.
Antes dije que era un hombre ilustre
en el pueblo y nada más. Seguro que están ustedes en ascuas. Les explico. Este
hombre, ahora retirado de la política y de profesión arquitecto, lo ha sido
todo como administrador de lo público. Empezó siendo alcalde del pueblo, unas
cuantas legislaturas, después fue representante en el Parlamento autonómico y
acabo su carrera siendo diputado en el Congreso, en Madrid. Dueño de un verbo
suelto y simple que se hace entender por todos, es muy querido y respetado
tanto por sus vecinos, como por los compañeros de partido como por la
oposición. No llegó a ministro ni a tener un gran papel en el devenir de los
sucesos importantes pero formó parte de esa tropa de hombres de segunda fila
tan útiles y necesarios en la política.
Verlo en aquel estado me preocupó.
-¿Damos un paseo?- le ofrecí.
Sin mediar palabra se puso a
andar. Lo vi alejarse y más que pasear, deambulaba, los brazos colgando, como
si remara, así como anda Mariano Rajoy. Me apresuré y lo alcancé.
Caminamos durante un buen rato
en silencio. Yo iba elucubrando sobre la causa que lo hacía comportarse de
aquella forma. Pensé que quizás estaba siendo aquejado de alguna enfermedad
incurable; que igual los hijos habían regresado, dada la crisis, al hogar
paterno de nuevo; o que la esposa le había quitado toda esperanza de que algún
día lo abandonaría; o simplemente lo atenazaba, como a todos, la inevitable
derrota existencial que de vez en cuando nos visita.
Habíamos entrado en lo que es
conocido en el pueblo como el Parque.
-¿Nos sentamos?- le pregunté.
Ni caso. Parecía que una vez
puesto a andar no podía parar. Así que lo seguí.
-¿Estás enfermo?- me miró sin
contestarme- ¿Muy enfermo?- insistí.
- Me siento defraudado,
desolado, traicionado- contestó al fin.
Me tranquilicé. No era una
enfermedad.
-Esto de Pujol me ha dejado
anonadado- confesó.
¡Acabáramos!, pensé yo, es eso,
la corrupción.
-No me extraña- admití yo- No sé
dónde iremos a parar. ¿Qué será lo próximo? Fraga no ha muerto y está refugiado
en las Caimanes porque le vendió bajo mano Galicia a los chinos que ahora la
reclaman- bromee yo.
Se paro y me miro de tal manera
que tuve que decirle,
-Es una broma, hombre.
Parece que se tranquilizó y caminó hacia un
banco. Se sentó. Me senté. Parece que me iba a enterar de lo que le tenía tan
derrotado.
-Tú sabes mi trayectoria
política. Dieciséis años de alcalde en el pueblo, ocho de diputado en el
Parlament y otros ocho en el Congreso y nadie me dijo nada. He debatido con
ellos, he ido de comida con ellos, he estado en Comisiones con ellos, hemos
sido aliados, hemos sido enemigos políticos y ni uno, ni una vez, me hizo partícipe
de sus corruptelas. ¿Qué pasaba, qué no confiaban en mí?
No me miraba, lo hacía hacia el
frente, como buscando una explicación a lo que acababa de exponer y que yo no
sabía muy bien lo que era.
-Joder que estuve en su día al
lado de Roldán, que hablé más de una vez con Bárcenas, que he desayunado con
Matas y con Pujol…..- hizo un gesto con la mano de desolación, de pedir explicación
a alguien indefinido- ¡Cuantas veces no habré hablado con él y nada!
-Pero esas cosas no se dicen-
aventuro yo.
-Pues ellos bien que estaban
todos conchabados: Fabra, Baltar, Camps, Millet, Urdangarín, los del ERE- iba a interrumpirlo porque no acabaría nunca, cuando hizo una pausa y me miró- Me dejaron de lado, ¿por qué? El
único que no sabía nada. ¡Cómo debían reírse de mí!
Menso mal que estoy sentado. No
salgo de mi asombro.
-Pero ser corrupto es malo- digo
sintiéndome un gilipollas- Tú has cumplido con tu deber. Con decencia y
honestidad.
No parece escucharme.
-Como si fuera un apestado.
Todos en complot y yo apartado. ¡Cómo he hecho el ridículo! He sido un
marginado toda mi carrera política, un marginado.
-Pero, hombre……-no sé qué decir.
-Ni un miserable intento de sobornarme
en alguna comisión, nada. Un marginado.
-¡Joder!- exclamo para mí.
Pero me ha oído. Gira la cabeza,
me mira.
-Tú, ¿eres corrupto?- me espeta
ansioso.
-¿Yo? ¿Cómo se te ocurre? Si la
política no me ha interesado nunca, como no sea para poner a parir a los
incapaces que se dedican a ella- corrijo- a los incapaces, sólo a los incapaces,
tú……
-Seguro que tú también estabas
al tanto. Debo ser el único político no corrupto del país- me interrumpe sin
abandonar su mirada escrutadora sobre mí.
Ahí no estuve fino y dudé. De
manera que cuando le dije,
-No hombre, no, por lo menos
habrá algún otro que esté como tú.
Soné poco convencido y
dubitativo.
Se puso a llorar a moco tendido.
Daba lástima. Le ofrecí un clínex para que se sonara. Me lo apartó con la mano
y poniéndose de pie salió corriendo como un chiquillo camino de casa, con el miedo en el
cuerpo pues son las ocho y su madre le dijo que como muy tarde a las siete.
Una señora que pasaba con su
niño, paseando apaciblemente, me miró.
-Es que no le juntan en clase y
lo lleva muy mal.
¿Qué podía decirle?
Si le digo la verdad hubiera
sido peor.
Lo vi alejarse con la espalda
encorvada, cargando el peso del apestado, del que nadie quiere saber nada….aunque
sea para hacer algo como corromperse.
Pasados unos días me enteré de
que Fulanito estaba ingresado temporalmente. Que se curaría.
Aunque yo, he de confesarlo, más
de una vez me he preguntado: ¿Qué verían los colegas de Fulanito en él para
marginarlo de esa forma tan cruel?