Grecia
es un catalán que vive en uno de los barrios modestos de Barcelona, que acude
al Passeig de Gràcia y deslumbrado por los escaparates que lo pueblan o
amueblan siente el deseo de ser propietario de algunas de las lindezas que
muestran. Mas no tiene capacidad económica. Pero como le han dicho de todas las
formas posibles que en la acera de enfrente hay unos bancos dispuestos a
dejarle posibilidades, pues cruza anhelante el asfalto y pide un crédito.
Con el
dinero en la mano se encamina otra vez hacia la acera dorada de sus apetencias
y decidido va a entrar en uno de esos cubículos soñados cuando alguien le toca
el hombro. Que resulta que tiene que volver a cruzar el paseo, pues le toca
pagar la primera cuota de su crédito. Lo hace y obsesionado con la otra acera,
cruza de nuevo, tras pagar con dolor su primera cuota, pero enseguida cae en la
cuenta de que aquel anhelado establecimiento ya no tiene nada que él pueda
comprar pues con el dinero que le ha quedado después de hacer el primer pago no
puede adquirir nada. Se resigna y busca otro establecimiento más asequible. Ya
no estará en el Passeig de Gràcia pero estará cerca. Se conforma.
Enseguida,
unos metros más allá, en La Puerta del Ángel, encuentra algo deseable. Olvidado
el lujo del Passeig va a entrar ilusionado en este nuevo lugar, nido de las
apetencias consumistas, pero, ¡Ay!, otra vez una mano toca su hombro. ¿Lo
adivinan? ¡Exacto! tiene que hacer un nuevo pago……..Vuelve al Passeig de Gràcia,
echándole una mirada de refilón a lo que deslumbra y ya no podrá ser, camino
del banco. Hace su pago y se vuelve a ver en la calle y regresa a La Puerta del
Ángel. ¿Adivinan otra vez? Ya, con lo que le queda, no puede comprar nada en
esas calles que no anuncian la Catedral, próxima. Ha de dirigirse a un barrio
más asequible.
Es
fácil deducir dónde terminará nuestro catalán. Terminará comprando en su barrio
lo que siempre había comprado pero con una deuda que le hará la vida un
infierno. Sólo irá al Passeig de Gracia a acrecentar su desgracia.
Esto
que acabo de narrar no es bien bien lo
que le sucede a Grecia pero es el alambre frío, implacable, sin carne, sin vida que sostiene a los
ciudadanos griegos. Barcelona no es la Comunidad europea, para suerte de
Barcelona, y el ciudadano catalán no es el pueblo griego, aunque el banco si es
el banco. ¿Se dan cuenta de que la labor metafórica ha sido posible con la
ciudad y con el individuo pero se hace complicada con el poder económico?
¿Querrá decir esto algo? No sé, pero me tiemblan las piernas sólo de pensarlo.
El
futuro del ciudadano catalán no le importa a nadie. Acabará dando su sangre
para pagar la deuda o desahuciado debajo de un puente porque su capacidad de
maniobra es nula. Nada le ampara. No significa una amenaza para nadie. Haga lo
que haga. Barcelona seguirá incólume. Ni el valor de un microbio tiene nuestro
ciudadano.
Pero
para suerte de Grecia, Bruselas no está tan asentada como el Passeig de Gracia
y la Comunidad Europea no tiene un ensanche tan cómodo y un paseo marítimo tan
claro como Barcelona. Todo en la Comunidad Europea suena a falso, hasta lo que
parece más evidente: Su alianza con el ultraliberalismo, que de liberalismo no
tiene nada, pero algún nombre hay que darle a lo de siempre: La voracidad de
unos pocos satisfecha a costa de muchos.
Es
falsa, decía, su alianza con el ultraliberalismo por la sencilla razón de que
el ultraliberalismo no se casa con nadie. Aunque hay políticos dirigiendo la
Comunidad que parecen pensar que sí, cuando resulta que si miras el planeta
desde la Luna ves guiños por doquier. Sobre todo hacia Sudamérica y el Sudeste
Asiático, lo que puede querer decir que Europa entre en periodo de glaciación
económico a no tardar mucho. Por muchos griegos, ahora, y vete tú a saber
quiénes después, en Bruselas estén dispuestos a sacrificar.
Sólo
hay una escapatoria para Grecia y es que las reglas del juego cambien. Pero
para eso, primero tiene que haber un buen jugador en Grecia y Tsipras ya ha
demostrado que no lo es y tiene que haber más jugadores dispuestos a no seguir
jugando. Dispuestos a ir al Passeig de Gracia para pasear y comprarse un helado
o una bolsa de comida para las palomas y sentarse a esperar que los edificios
de los bancos puedan ser metaforizados porque ya su esencia admita parangón o símil.
Y no acaparen con su función luctuosa cualquier posibilidad de esgrima
literaria.
Porque
la otra posibilidad, la de que nuestro ciudadano se quede viviendo eternamente
yendo y viniendo del barrio al Passeig de Gràcia tiene el peligro de que se
acomode y vaya diciendo por ahí que él es un romántico, seguidor de Keruoac, siempre
en la carretera, o un amante del vagabundeo y le guste vivir en la puta calle. Porque
entonces ya se sabe, o ya sabemos, que en España nos estamos preparando y ya
tenemos una ley para eso. Privilegio que da tener un ministro del Interior en
conexión directa con el más allá, dónde se debe explicar muy bien, porque lo
que es en el más acá sólo el exministro Wert lo llevaba peor.
Una
última cosa. No se crean eso que van diciendo por ahí de que el ministro alemán
quiere a Grecia fuera del euro. Es un farol. Y lo de los cortafuegos, una
bombilla. Resaca de la partida que Tsipras no tuvo el valor de jugar cuando a su
pueblo es lo que le pedía el cuerpo. Lástima. Sale Grecia del euro y se ven
desde Júpiter las carrerillas. Y las bolsas, todas en los contenedores, para
que al día siguiente el camión de Wall Street se ponga hasta los topes. Eso se
sabe.