Tal como suena. Ahora lo explico. Estaba yo escribiendo una
reflexión moderada, bienestante y digerible sobre lo que les cuesta a nuestros
dignatarios dimitir y la iba a intitular “Dimisión. Una asignatura pendiente”,
y decía así.
Dimisión: Acción de dimitir.
Dimitir: Renunciar, dejar el cargo que se desempeña.
Nada más. O sea, un día dimites y al siguiente no tienes que
ir a trabajar...y, vale, puede que arrastres durante un tiempo el sambenito de
haber fracasado, de ser un corrupto y un sinvergüenza, o de haber llevado a un
país a la debacle, pero... bueno, algún coste tiene que tener el no haber hecho
bien tu trabajo, ¿no?, digo yo.
Y Santas Pascuas. Y como el tiempo todo lo cura…..pasados
unos meses o unos años…puedes intentar volver a lo que hacías si te apetece y
ser otra vez un corrupto, un sinvergüenza o un incompetente…lo que te
apetezca….incluso puedes intentar actuar correctamente.
Entonces, ¿Por qué en España no se dimite? ¿Por qué vivimos
tan aferrados a los cargos? ¿Tan simple
y aburrida es nuestra vida personal que necesitamos el plus que nos proporciona
un cargo para poder soportarla o soportarnos?
Tan parecidos que somos a los italianos y que poco hemos
copiado en ese aspecto de ellos. En Italia la dimisión es tan cotidiana que en
los años convulsos en los que había un gobierno cada mes, más o menos,
seguramente te encontrabas con un colega y no sabias si acaba de dimitir o eso
había sido ayer y hoy ya era otra vez ministro o lo que fuera, que podía llegar
a pasar que dimitieses de ministro y acabases siendo Presidente de la República,
Giulio Andreotti mismo. Yo esto
siempre se lo he envidiado a los italianos, ese “savoir-faire”, esa desfachatez
para admitir su debilidad humana.
A mí, para España, no me gustaría este vaivén italiano, pero
una cosa intermedia estaría bien, sería de agradecer por los ciudadanos, que
mejorarían su autoestima y empezarían a pensar que son más que meros “monigote
pegado a una urna”.
¿Qué no es para tanto? Veamos.
Nuestros parlamentos autonómicos están sembrados de
diputados, o sea representantes del pueblo español, imputados en casos de corrupción. Y ahí
siguen.
El presidente de la patronal madrileña, o sea representante
de los empresarios madrileños, y vicepresidente de la patronal española, o sea
la organización que representa a todos los empresarios españoles, dos cargos, está
embargado por no pagar a Hacienda y la Seguridad Social. Y ahí sigue.
El Presidente del gobierno español o Primer Ministro, que
representa a España allá por donde va, le mandó a Bárcenas, su tesorero
corrupto, un correo en el que le decía “aguanta, se hace lo que se puede” y no
ha cumplido la mayoría de las promesas que le hizo a los españoles para que lo
votaran, dos cargos. Y ahí sigue.
El rey de España, que representa a España, como su propio
nombre indica, por las cacerías a las que va y harenes, digo arenas, que pisa,
tiene un yerno que es un golfo, imputado, a punto de ser juzgado y lo ha dejado
irse a Suiza. Podía tranquilamente
abdicar, dedicarse a cazar mariposas en los Emiratos Árabes y dejar que
su hijo pletórico y por ahora incorrupto sea rey. Pero no, ahí sigue. Y yo
podía seguir así hasta llenar tres o cuatro folios DIN A4 con la minuciosa
letra de Robert Walser y no acabaría.
¡¡¡Y no dimite nadie!!! Cuando en otros países te cogen
haciendo una pildorilla y tienes que hacerlo. ¿Que somos una raza especial?
Animo a estos indignatarios públicos a que hagan de tripas
corazón y dimitan, que los primeros serán valorados en su justa medida y
tenidos como aventureros o descubridores de una nueva moral. Hasta se le puede
dedicar una calle. O una Plaza. Plaza del diputado X que voluntariamente
dimitió al ser acusado de corrupción y devolvió la vergüenza a un país. En fin,
Pilarín, que la vida es un patín.
Bueno, pues acabada la reflexión, mi abuelo la lee y ni
corto ni perezoso me dice,
-Muy blando, muy comedido para tanto golferio. Ahora verás.
Renqueando le veo camino de su Olivetti analógica y como
inmediatamente oigo teclear pues me dispongo a esperar. A los pocos minutos
esto es lo que me presenta ufano,
“España no caga”, leo en el título. Vamos bien. Veamos.
Durante la dictadura de Franco, nuestros problemas de
transito moral, que no intestinal, no existían pues vivíamos inmersos en la
mierda. Conseguíamos sobrevivir porque
nuestro olfato se había atrofiado y ya ni apreciábamos el olor nauseabundo de
los plebiscitos al 99%, ni que el alcalde, el sargento y el cura del pueblo
fueran gratis a todos los sitios, ni que el rico del pueblo fuese el más
zoquete que una vez tuvo un ascendiente listo y que las mujeres necesitasen el
permiso de su amo para vivir. Algunos, de olfato persistente, tenían que irse
del país si no querían quedarse sin él, sin el olfato, digo. Otros iban de
cabeza a las cárceles donde también olía a mierda, pero ésta de verdad, de la
del culo, que es como más natural y con tener una ventana abierta desaparece. Y
no la del alma, que ésta se pega y no hay manera.
Al llegar la Democracia, se impuso la necesidad de, lo
primero, construir un buen sistema de alcantarillado que permitiera que toda la
inmundicia de años pasados no nos siguiera inundando. Todo el sistema fue llamado La Transición. Se
creó una Constitución, un Estatuto de los Trabajadores, se dio licencia a los
territorios para que cada uno limpiara lo suyo y a su manera. O sea, todo muy
guay.
¿Pa qué? Pa ná. Está todo casi impoluto. ¿Por qué? Porque no hacemos uso de ello.
¿Y qué pasa con la mierda? Que nos la aguantamos.
Estamos a punto de reventar.
No estamos acostumbrados a cagar en público. Nos cuesta. Se
nos hace un nudo en el esfínter y nada. Y eso que hemos visto, por ejemplo, como
los USA, país espejo por antonomasia, ha cagado hasta un presidente, Richard
Nixon se llamaba. Pues nada, nosotros estreñidos. O como en Alemania, que
cagaron a otro presidente que después resulto que no era una mierda, Christian
Wulff se llama, pero con los alemanes ya se sabe, el orden es el orden.
No estamos convencidos de nuestro cuerpo democrático.
Nacimos dictados y las maneras y costumbres de los demócratas no son aún
ajenas. Ciertas partes de nuestro cuerpo no funcionan bien. Como si no estuviéramos
bien engrasados. El intestino público cada vez está más lleno. La mierda se garra a los
bancos de los parlamentos, a los sillones de los ayuntamientos y demás acomodos
públicos como si fuesen lapas. Se impone que el resto del cuerpo empiece a apretar. Si no, el peligro se implosión
puede ser terrible. Destructor al máximo. Porque cuando eso reviente, el
sistema de alcantarillado no va a dar abasto y las consecuencias van a ser
imprevisibles. Un hedor terrible.
-Abuelo- le dije- esto no puede ser.
-¿El qué? ¿Lo que he escrito o lo que está pasando?
No supe que contestarle y tuve que admitir que las dos
reflexiones se complementaban. Pero surgió un problema. ¿Qué título le pondríamos?
-Yo creo que el mío es más adecuado. Se entiende y no da
para descalificaciones por grosería y demás atentados contra el buen gusto-le
dije.
A lo que el argumentó,
-¿Quién paga con su pensión esta casa en la que vivimos?
Me convenció. Por eso esta reflexión se llama como se llama,
no por otra cosa. Yo he añadido “nada” al título, por añadir algo.