lunes, 3 de marzo de 2014

Hay una cosa que te quiero decir: De Bangladesh a Entre todos : La necesidad ajena y el espectáculo.



Ha sido una constante en la historia del ser humano lo de aprovecharse de la debilidad o miseria del de enfrente.  La compasión y la piedad no siempre han estado a la altura. No digamos la solidaridad. Y por constante, ha terminado aceptándose ese comportamiento indigno que entre los animales irracionales tiene su explicación pero que entre nosotros es difícil de comprender.
En España se ha practicado de manera alevosa e insistente con los emigrantes. Una parte de la sociedad los rechaza y pide su expulsión, la otra los acoge y crea asociaciones para ayudarlos. Y una minoría silenciosa, que es la que maneja el cotarro, calla y va haciendo. Causan problemas porque tienen el inconveniente de querer vivir, además de trabajar, pero se va sobrellevando.
Ahora con la crisis también ha brotado de manera harto evidente y vergonzante la explotación entre nosotros mismos. Se puede leer en los diarios ofertas de trabajo con periodo de pruebas sin remunerar, exigencia de los estudios de Ciencias Empresariales para repartidor de bollería, puesto de trabajo a 4 euros la hora, ofertas para prostituirse, etc., etc.
Indigna y sorprende que indigne, ahora que nos toca a nosotros, pero se termina por aceptar que si uno está apurado no va a andar repartiendo billetes.  Seguramente el que ofrece 4 euros a la hora no se está forrando. Necesidad aprieta. Así que la crisis nos da cogotazos y baños de desagradable realidad.
Pero no queda la cosa ahí. Todavía hay un escalón más de indignidad. Un escalón que lo marca el hecho de que haya semejantes que no es que exploten al indefenso y al necesitado, si no que explotan su indefensión y su necesidad, con los agravantes de que lo hacen públicamente y además se forran. Con el acicate de que se les va a ayudar se les atrae y una vez cazados son mostrados con todas las entrañas de su pesar expuestas para contemplación popular.

Pero hagamos un poco de historia. Corría el año 1971, un trozo de Pakistán se independiza, y claro, las pasa canutas. Entre eso y  los 500.000 muertos del ciclón Bhola, aquella zona, hoy conocida como Bangladesh queda totalmente destruida. No hay más que muerte y desolación. Los Beatles andan tonteando con Ravi Shankar y entre él y George Harrison tienen la idea de hacer un concierto benéfico para recoger dinero y ayudar a este país que acaba de nacer. Lo llevan a cabo en el Madison Square Garden, de Nueva York, próximo al lugar de los hechos.
No quiero aburrir. El concierto es un éxito. Se recoge dinero, se graba un disco, una película y se publicita en el mundo entero.
Pasado el tiempo, los posos son que Bangladesh siguió jodida y que los grandes beneficiados son los artistas y todo el mercadeo que se montó a su alrededor. De esto se tomó buena nota y en aquel momento nació el artista benéfico, llamado así porque hace conciertos en que el primer beneficiado es él, vía venta de sus discos  o alimentación de su ego. Paradigmas de esta loable actividad son Sting y Bono, el irlandés, que si han enderezado algún entuerto es discutible pero lo que no lo es, es que han ganado fama y publicidad gratuita. Unos linces. Pero no sólo los artistas se dieron cuenta de este filón. Se dio cuenta toda alma ávida de dinero y fama. Además con tanto desgraciado y mísero que hay por el mundo la veta era inagotable.
De esta manera las televisiones, los países, las organizaciones no gubernamentales, los partidos políticos y cualquiera que necesite un empujoncito para su negocio se monta algo benéfico para ayudar a cualquiera y listo.
Por supuesto no todas las obras benéficas son indignas y vergonzantes. Las hay admirables y dignas de todo el respeto del mundo. ¿Qué cómo distinguirlas? Muy fácil. Tómese a Vicente Ferrer, a Teresa de Calcuta, a Médicos sin frontera, a Amnistía Internacional, a cualquiera de los sacerdotes que en Sudamérica y en las periferias de las grandes ciudades españolas se están batiendo el cobre con los abandonados y pobres de nuestra sociedad y compárese con el sujeto en cuestión. Si es parecido o se le acerca, es válido. Si no, es uno de esos mercenarios de la caridad y la solidaridad.
Como los dos casos punteros que voy a analizar a continuación.
Son dos programas de televisión, vergonzantes y asquerosos hasta decir basta.
Uno es “Entre todos”, en la TVE 1 por las tardes, y el otro “Hay una cosa que te quiero decir” de TV5.
La presentadora de “Entre todos” hace unos días cometió una equivocación y le dijo a una chica maltratada por su marido dos o tres estupideces relativas a aguantar el maltrato. Le han llovido las hostias por todos lados, hasta una articulista de El Mundo en la edición de el viernes 28 de Febrero decía que vomitaba sobre ella, literalmente. A mí esta reacción me ha sorprendido no por inmerecida si no por tardía, ya que esta presentadora con la excusa de que ayuda a necesitados, cosa que me parece muy bien, se ha montado un programa con el que se está forrando ella y la cadena de televisión.
No me resisto a describir el escenario en el que se lleva  a cabo la exhibición. Un plató normal de televisión, con una gran pantalla y la presentadora paseando arriba y abajo. Comienza el show. Aparece el rostro de la víctima. Casi siempre un ser humano tan necesitado, tan acongojado, tan puteado por la vida que ha roto todo pudor para estar allí. Para conseguir dinero, generalmente. Rostro en primer plano para que no nos perdamos detalle de su dolor y sufrimiento. Y entonces la sacerdotisa con un paternalismo asqueroso, manejando términos como “cariño mío”   “preciosísima”   y con una sonrisilla de triunfo comienza a hurgar en la desgracia de la víctima, lo quiere saber todo. Se regodea durante unos minutos que a la víctima se le deben hacer larguísimos con algún que otro comentario que la han hecho célebre y después cuando está saciada la curiosidad comienza la ronda de limosnas. Los oyentes van llamando y poniendo su granito de arena. Cada limosna es vitoreada y no puedo por menos que pensar en ese toro que es banderilleado y a los aficionados lanzando olés. Se consigue el objetivo y a por otra víctima.
En el otro programa, “Hay una cosa que te quiero decir”, el mecanismo es prácticamente el mismo. No hay una gran pantalla porque en este programa la víctima está en directo, pero los primeros planos de ella y el silencio que el presentador maneja con una maestría mefistofélica son obscenos. El mecanismo es el siguiente. Un ser humano, que si en el otro programa necesita dinero, en este necesita cerrar una herida de una traición, de un olvido, de un abandono…..en fin una herida del alma que le hace la vida muy dolorosa e infeliz.
 Esto el presentador lo va contando con pelos y señales mientras va paseando por el plató. Parece un negrero vendiendo esclavos. De vez en cuando se detiene, en un pasaje escabroso normalmente, se hace el silencio y primer plano de la víctima, con la consabida pregunta para apuntalar la realidad de la desgracia. No debe quedar duda al respecto y así quince o veinte minutos. Hasta que por fin llega el momento de saber si la persona buscada, anhelada, amada ha decidido atender a la carta y venir al programa o no. Pero antes, dice el presentador, unos consejos publicitarios. Y te quedas ahí, con la historia de la niña prostituida que quiere saber si su madre la abandonó adrede o no, rondándote el corazón, y  escuchando que el mejor champú para mantener el cabello sedoso es X. Momento especialmente asqueroso del programa.
 Se acaban los consejos, y sí, la persona buscada y encontrada por el programa acepta la invitación. Llega, se  sienta al otro lado de un muro. Y de nuevo el presentador desgrana todas las desgracias acaecidas, hurga una y otra vez, silencios, primeros planos del estupor, del dolor. Se abre el muro en forma de sobre. Momento álgido. Más hurgamiento para satisfacción del pueblo. Al final se corre el muro y se produce el abrazo. Llantos desconsolados, abrazos, besos, los dos seres se quieren fundir y llega el momento cima de la asquerosidad del programa. Ese en el que el presentador los echa del programa, casi  sin darles tiempo a saciarse el uno del otro. ¡Puerta, que tienen que entrar los siguientes!
Muchos  dicen: pero van voluntarios al programa. Claro. Nunca olvidaré los años que viví en un pueblo de Andalucía cuando a las seis de la mañana, en invierno, en la plaza del pueblo se reunían los jornaleros también voluntarios, a ver si el capataz del cortijo tenía a bien contratarlos. O como ahora parece que mujeres necesitadas se prostituyen voluntariamente para sobrevivir. A un programa de estos uno va acuciado por la necesidad. Que menos, que no hacer exhibicionismo. Que menos, que no forrarse. Que menos, que ponerle toda la contención, todo el respeto que el dolor ajeno merece. Y no todo lo contrario. Ese mercadeo obsceno, pornográfico.
Esto es prostitución del dolor y la pobreza.
Unos seres implacables ganan dinero y fama con la exhibición del dolor y la necesidad de unos semejantes.
Al margen de que se consiga el dinero necesario o de que se encuentre al ser querido.
Hay otras formas y maneras.
A estos dos presentadores la frase de Vicente Ferrer: “Crees que vienes a salvar al mundo pero lo que vienes es a salvarte a ti mismo”, los ha debido confundir.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo. Es increible el nivel de sadismo que existe y se promociona en las Televisiones. La etica y el pundonor no existe y se deberia de exijir. No es libertad de opinion. Esa exhibicion de dolor ajeno no es caridad, es abuso.

    ResponderEliminar